viernes, 22 de julio de 2016

La Isla de Tortugas ya tiene presidente


No se necesita ser clarividente ni mago ni mendaz politiquero para decir que seguiremos siendo palo de gallinero de los intereses foráneos como desde siempre; de la Colonia con zapatitos de charol, bombachos a la rodilla y peluca para parecer y no ser, connatural con la dualidad del acomodo, y ser —o no ser para a seguir siendo— los perfectos idiotas por conveniencia y estar siempre atormentados por una prensa que nos presenta la «fiesta democrática», los bacanales políticos que han sustituido los carnavales de agua por los eleccionarios de estiércol, dados en llamarse democracia, que ante la crítica sólo se atreve a disculparse por sus aberraciones y justificarse por ser el mejor de los sistemas.

Así es que, como dijéramos ayer, para elegir presidente la orfandad de candidato ausente se hace sentir, que represente los valores maristas que impertérritos crezcan como la levadura que le hace al pan, así como la masa crítica le hace a las leyes de la física, para propiciar y precipitar el cambio: esos son los valores de la verdadera élite que sin miedos, hipocresías y tapujos hagan posible el derecho manifiesto, antiguo principio del derecho romano para manifestarse y ocupar el territorio en el país de nuestros ancestros que nos pertenece y genuinamente abanderar con historia y recursos propios lo auténticamente peruano y democrático.

Zenón de Citio

Dichos valores enseñados y divulgados en la extensa familia marista, cien años con nosotros, son nuestra herencia generacional que podemos representar alguna vez volviendo a nuestros orígenes culturales, primigeniamente por un Zenón de Citio, que fuera griego creador de la escuela filosófica Estoica allá por el 300 a.C.; cuando el deber moral, el autocontrol y vivir en armonía con la naturaleza son los principios de la ética que hacen posible ser respetado por un recto modo de vida, y eso es lo esencial, y si no se lo posee y se le rinde culto, todo lo demás es pura demagogia proselitista.

Pero eso no viene siendo así. El único derecho manifiesto que se hace presente son los escandaletes del llamado tercer sexo, o los correteos de feministas extremistas en exagerado, ampuloso, distorsionado y politizado derecho de igualdad de la mujer, que interesadas corrientes de sometimiento mundial complican aún más la jerarquización de valores de la depositaria de los mismos en nuestra cultura: La mujer, madre estoica, por supuesto mezclada con  las excrecencias del consumismo materialista, los vicios de todo tipo drogas adictivas; el alcohol metílico trepana el cerebro de los jóvenes y se fabrican líderes de barro que guían, orientan y persuaden a los imberbes y a la clase media populachera y ascendente; engañan al hambre del pueblo siendo presa fácil para reincidir en la infamia de los gobiernos de toda una vida.

No reincidir en la infamia reclama y proclama acucioso y acertado periodista solitario y sin respuesta, como hacen siempre los mediocres que tienen miedo a las verdades y los asertos de los líderes de opinión, que deberían ser tomados como ideales que guíen, alerten, orienten y persuadan, y son usados sin escrúpulos solamente para llevar agua a los molinos partidarios de los sin partido.

Lo que está en juego es la autenticidad que nunca llega y redima al pueblo honrado y, con honra, que defender a capa y espada. ¿Se preguntarán por qué? Porque hemos sustituido los valores de antes y la personalidad y personajes con valores estoicos de una élite educada para representar a la patria, dispuestos al sacrificio; si no, díganme, ¿cuántos señoritos Alfonsos Ugartes tenemos hoy, dispuestos a invertir su vida y su fortuna en nuestra tierra? Para quedarse y morir en ella... ¡No! ¡Estás loco! La vida es corta y divertida. Hay que sobreexcitar los sentidos para la diversión y el disfrute, dilapidar las ganancias del capital, el ocio bien remunerado y a conocer el mundo; total, nada te podrás llevar al otro... si existe.


Son el común denominador de los «neoliberales» de la economía social de mercado, bien fariseocristiana por añadidura, en franca decadencia y desintegración. Por eso Keiko con K y Kuczynski con K son en esencia lo mismo. K más K es igual a abono políticamente para cualquier sociedad sensata, porque más temprano que tarde estarán unidos para seguir saciando sus apetitos mercantilistas, para lo único que sirven finalmente, abonar el surgimiento del extremismo terrorista que destruya la patria de todos los auténticos  peruanos. Por eso, lo mejor que podemos esperar, dependiendo de cómo le vaya esta vez  a la economía del mundo, será equivalente en sus formas y consecuencias, al histórico OdriPraBelAlanToleFujiHumaKuczynsuicidio nacional, es decir, más de lo mismo de angustiada vida política en el bicentenario nacional.

Impávidos y sin lloriqueos, tenemos que sufrir las consecuencias de no tener candidato propio. El inmovilismo por no arriesgarse a perder, por no asumir con valentía el liderazgo virtuoso y con nobleza hacer proselitismo por él o la elegida con desprendimiento virtuoso. Difícil será combatir a un adversario que en el fondo se lo admira, es el caso del kuczynkeísmo tan próximo al fujimontesinismo de otra laya; como la policía a los ladrones, como a la letra K del sarcasmo alfabético que nos toca esta vez con la letra de marras, tanto más si tenemos en cuenta que por sortilegio, se encuentra amarrada dicha pugna a lo que suceda emocional y electoralmente, permanentemente, en la meseta del Collao y del lago Titikaka.

De las relaciones con el narcotráfico siempre habrá dos o más «hombres importantes», el comprador y el vendedor en la oferta y demanda globalizada. Y es que no debemos hacernos los tontos y rasgarnos las vestiduras, unos por vivos y corruptos y otros por santos y virginales, la connivencia con el vicio: confiarnos en lo que suceda en el gran mercado de las drogas adictivas en Norteamérica y el mundo, donde la tecnología encuentre —como en todo— lo innovador y sustitutorio, que se implemente por costos y deje fuera del mercado la coca y la cocaína. Si el desarrollo de la vertiente oriental de los andes hubiera sido como lo es a la fecha, generacionalmente un asunto de estado, la marginal de la selva de nuestro «architecto» —puritano y virtuoso de la carretera del otro lado de los andes— hubiera sido colonizada no por trashumantes marginales que acompañan en comparsa a los populismos históricos. Era la hora de la marcha al Este del gremio más numeroso de los Ingenieros. Los agrónomos de nuestro Perú, no como simples colonos, sino como los abanderados del privilegio de ser los empresarios pioneros generacionales de la ciencia agronómica, la ingeniería genética de la producción, la productividad agrícola puesta en práctica y, hoy, de la agroindustria y de la biotecnología con todo el apoyo del estado rector y no dictador, para, sin subsidios de ninguna especie, apostar y lograr el verdadero desarrollo de la autosuficiencia alimentaria de un país de famélicos hambrientos, como lo fueron en otros tiempos países y naciones, hoy más prosperas del mundo.

Y qué decir, entonces, de la necesidad de la mayor decencia, la lógica, la ética, si no de la moral cristiana, nuestro baluarte de los valores estoicos maristas, que no pueden ser escondidos o escamoteados por los antivalores imperantes, en una historia que no podemos reconocer como nuestra, porque viene siendo escrita por personajes extraños a la verdadera identidad nacional; o es que seguimos siendo la tierra «de oro y esclavos» como alguna vez dijera Bolívar, y de donde se retirara horrorizado San Martín al ver que éramos un imposible de unión y de liderazgo. Porque si no es así, ¿qué está pasando en estos tiempos? Dos siglos de acomodo pacatero de elecciones amancebadas por falta de políticos que no sean los prefabricados o ensamblados por intereses del momento.

Así, resulta trascendente reflexionar sobre la «ceguera moral», el concepto del internacionalmente famoso Zygmunt Bauman, sociólogo polaco que denuncia acertada y brillantemente la insensibilidad y deterioro moral progresivo, característica de nuestro tiempo. Para perfilar más concretamente lo que está pasando, Bauman utiliza un neologismo de raíz griega, adiáfora, para referirse a un hecho recurrente de «acomodar ciertos actos o categorizaciones de seres humanos fuera del conjunto de evaluaciones y obligaciones morales».

Zygmunt Bauman

La moral o la ética, como prefieran entender o decir según sus creencias, no existen para ciertos campos del quehacer o decir del comportamiento humano. Los actores en estos campos de acción y, particularmente, los actores de la política, ignoran y prescinden de todo compromiso ético y/o moral. Hacen lo que quieren y lo que les conviene a sus respectivos intereses egoístas, sin que se les ocurra ni permitir que a otros se le ocurra o puedan intervenir para poner orden y sancionar a sus comportamientos corruptos. Pareciera que Zygmunt Bauman estuvo visitando nuestro Perú, observando a todos sus políticos, administradores públicos, narcotraficantes, narcopolíticos, criminales y delincuentes para inspirarse y escribir sobre la adiáfora que nos perturba y la ceguera moral.

Esta ceguera no está solamente en los ojos morales de los actores sociales de estos sectores, está contagiada también en toda la sociedad, que contempla pasiva y permisivamente la corrupción y nada hace para impedirla, si no es que la celebra y se aúpa a ella, sobre todo ahora, en los medios sociales de la posmodernidad. Incluso es tanta la ceguera y la torpeza que a la hora de elegir para las responsabilidades políticas de gobierno, no son capaces de ver que vuelven a elegir a la misma corrupción que les está robando su dinero honrado, oportunidades y esperanzas de la vida misma.
Sucede, como dice Bauman, que la sociedad está embotada, obnubilada; ha perdido la sensibilidad moral y no le da importancia a los hechos y a sus actores que perjudican gravemente a todos.

La insensibilidad embotada es retroalimentada con el comportamiento errático e insólito de la gente que hace las mayorías, incluyendo adolescentes y niños que disfrutan su tiempo libre pagando para ver sin prisa violencia, muerte, asesinatos, horrendos crímenes, y destrucción masiva en los medios, que presentan descaradamente la crueldad y el terror en la civilización del espectáculo. Estamos abrumados por tantos y constantes estímulos que nuestra sensibilidad termina acostumbrándose a ver el sufrimiento trágico sin afectar la afectividad y la conciencia. El sufrimiento resulta pálido e insignificante para la sensibilidad embotada.

La alerta de Bauman se une a la realizada por Gilles Lipovetsky en fino análisis sociológico que tituló El crepúsculo del deber, donde hace ver cómo el «deber» —sostenido por criterios razonados y generador de virtud— a partir de la posmodernidad, queda relevado por el placer que busca la felicidad individual y subjetiva. La dichosa posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló al sentimiento y el placer en su trono alimentados por el consumo. La «hipermodernidad» está acelerando el consumo hasta el «hiperconsumo», que ya ha superado la simple adquisición del consumo material, moviendo a la sociedad actual en búsqueda, a veces hasta compulsiva, del consumo de emociones exóticas y disparatadas; algunas aberrantes como lo son las drogas, la crueldad, el terror.

Gilles Lipovetsky

La ética se ha debilitado tanto que estamos ciegos y ni la vemos ni la echamos de menos: prescindimos de ella. Las normas del deber resultan ahora rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer personal vivido en un individualismo excluyente, tan exclusivo que no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso alguno.

Los riesgos de la ceguera moral, o su equivalente una sociedad sin ética, son tan graves que los sociólogos, filósofos y éticos de actualidad, además de señalar lo que está pasando, se ven obligados a escribir «¿para qué sirve la ética?», como el caso de la filósofa Adela Cortina, que se ve precisada a decir: «Ningún país puede salir de su crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad».

En este estado de cosas, hemos elegido presidente con elecciones democráticas por cuarta vez consecutiva. Habría que ser incauto en demasía para pensar que no se va a repetir el plato; la desconfianza esta vez tiene clara alternancia con las reglas matemáticas de la estadística y del cálculo de probabilidades para decir, pronosticando, que estamos en medio de una crisis por falta de ética, y que nuestra ceguera moral no es ni ha sido repentina, si no que corresponde a los casi doscientos años de historia republicana. Luego, si es una falencia o enfermedad consentida, como todo hábito es difícil desarraigar, si no imposible si no se toma una determinación drástica que definitivamente no va a ser democrática. Por eso, el único camino justo es el que nos lleva al de nuestros orígenes estoicos: Necesitamos un candidato fuerte, surgido de nosotros mismos, auténtico con sus valores.


¿Será posible que un cuy haga correr a las ratas?


La filosofía estoica está de moda... ante tanto estiércol político.


No reincidir en la infamia
César Hildebrandt 
Los líderes guían, orientan, persuaden. Para eso, claro, tienen que haber fijado una posición, una meta. 
Alfredo Barnechea ha decretado el rompan filas en Acción Popular y ha dicho poco menos que cada uno de sus votantes elija a Keiko Fujimori o a PPK porque digamos que da lo mismo. 
Víctor Andrés García Belaunde, cada vez más desorientado, ha dicho que está de acuerdo. 
No, pues, Alfredo. No es lo mismo votar por la representante de la más podrida dictadura que haya padecido el Perú en el siglo XX que hacerlo por un derechista sin vocación totalitaria ni prontuario en palacio de gobierno. Los programas de ambas opciones se parecen formalmente, pero los designios son distintos. Nadie se imagina a PPK junto a las Chávez o las Cuculiza o los Rodríguez Medrano o las Colán (o Chlimper, Yoshiyama y el compay Ramírez) urdiendo la manera de cargarse un medio de prensa hostil o intentando que el TC cambie de miembros a la mala. 
Keiko, que es un homenaje viviente a la hipocresía (lo que demuestra el amor por su padre), es un peligro para la democracia si se tiene en cuenta el control que ya ha asegurado en el Congreso. La concentración de poder que adquiriría llegando a la presidencia convertiría su mandato en una versión aún más robusta que la satrapía que su padre construyó a partir de 1995. 
¿Eso quiere Barnechea? ¿Agudizar las contradicciones? ¿O es que, en realidad, a su paladar de viajado gourmet no le apesta el chicharrón del fujimorismo carretero? A fin de cuentas, querido Alfredo, nadie te recuerda amenazado por la dictadura ni perseguido por sus esbirros ni calumniado por su prensa chicha. ¿Será por eso lo de tu criolla indiferencia? 
Estamos en peligro de recaer plenamente en el lodazal del fujimorismo y hay gente que finge no darse cuenta de ello. Los del Frente Amplio, por ejemplo, no se pronuncian con la rotundidad que la amenaza exige. ¿Qué creen? ¿Que el fujimorismo a dos cachetes —Congreso y Ejecutivo—no les hará la vida imposible? ¿Creen que el movimiento antiminero no pagará las consecuencias? ¿Que las ONG con las que trabajan no serán reprimidas si Keiko da el paso siguiente? ¿No les basta con lo que ha dicho la Chacón ("el Poder Judicial le debe explicaciones al país en el caso Fujimori") o con lo que ha ladrado Becerril (eso de que el mandato popular borra a las minorías como dignas de diálogo)? 
Pero si no fuera el miedo al regreso de una organización criminal al poder, la oposición a Keiko Fujimori tendría que ser un asunto de dignidad. ¿De qué está hecho mi país para que la señora que estudió en el extranjero con dinero robado por su padre, condenado por ratero y asesino a 25 años de cárcel, esté a punto de llegar a la presidencia después de haber obtenido 72 curules con apenas el 28% de los votos absolutos? 
¿Se imaginan a un hijo de Pinochet llegando a La Moneda? ¿A un hijo de Videla postulando con éxito y obteniendo la mayoría aplastante del Congreso? ¿A una hija de Bordaberry en olor de multitud en el Uruguay de hoy? Los países lamen sus heridas discretamente, hacen sus duelos, limpian el aire de los malos tiempos pero no suelen reincidir en la infamia. El Perú, como lo demuestra la historia, sí. 
Alberto Fujimori robó y permitió el robo de miles de millones de dólares, lanzó sus fluidos corporales sobre las instituciones democráticas, pudrió hasta la médula a las Fuerzas Armadas y aupó a su siniestro secuaz a un poder que no tenía límites ni leyes que lo contuvieran. Cuando la hez de su régimen fue asunto público, huyó del país, renunció por fax y sacó a relucir su ciudadanía japonesa para ser senador del país que nunca había dejado de amar. Muchos peruanos aman a este personaje. Son los herederos de los que no se sentían incómodos cuando el ejército de Chile ocupó el país durante aquellos largos cuatro años de felonías.

Lo que está en juego
César Hildebrandt  
Dicen que la campaña es banal. ¿Y qué querían? ¿Que la heredera de la mafia y el señor PPK discutieran sobre el capitalismo financiero, los límites del desarrollo, las energías renovables o el calentamiento global?
Ambos representan la misma paporreta: el modelo es intangible, falta todavía desmantelar más Estado y priorizar aún más las gallerías privadas en la inversión pública. Falta achicar el precio de los despidos y privatizar, con la coartada de las APP, Sedapal. Esto para citar un par de ejemplos.
La diferencia entre ambos candidatos, sin embargo, sigue siendo importante. Con la heredera de la mafia podemos estar seguros del retorno de Martha Chávez y de lo que eso significa. El problema no es Keiko Fujimori como persona.
El problema es lo que encarna. Su triunfo total implicaría el regreso, inflado de soberbia, de una casta que asume que el país es suyo y que las instituciones y los valores no cuentan. Ya la señora Chacón, el señor Becerril, el señorito Petrozzi y el hábil diferente Kenji nos han adelantado lo que sería ese régimen. Las promesas de niña buena de Keiko valen tanto como las de su padre y el "no shock" del año 1990. Y mientras más dice Keiko que confiemos en ella más se parece al padre al que sigue exculpando (ver imprescindible entrevista del domingo pasado en"Perú21"). Con Fujimori podemos estar seguros de que el aire corrompido del único fujimorismo que conocemos -el de Alberto- regresará. Está en el ADN del fujimorismo considerar que el Estado es un botín y que a los enemigos se les desbarata. Está en su ADN creer que un Poder Judicial autónomo independiente es una incomodidad y que un Tribunal Constitucional chúcaro es un muro a derribar.
Estamos acostumbrados a hablar de los crímenes probados perpetrados por el fujimorismo. Pero estos no se limitan a La Cantuta, Barrios Altos, la prensa chicha, la compra de congresistas como Beta Kouri, el robo multimillonario en compras militares, la corrupción intrínseca de las Fuerzas Armadas, la Fiscalía, el Poder Judicial, o el despido ilegal de tres miembros del TC mientras se distorsionaba la Constitución dada por ellos mismos para permitir una re-reelección ilegal.
El mayor crimen del único fujimorismo que conocemos, y del que es inevitable heredera Keiko Fujimori, es el de haber desacreditado la democracia convirtiéndola en esa tragicomedia donde, abolido el imperio de la ley, toda transgresión parecía natural y cada turbio capricho del sátrapa tenía el aspecto de lo inevitable. Desde los cambalaches presupuestales que permitieron que dineros de los fondos de Defensa se usaran para comprar canales de TV y periodistas al peso, hasta el empleo postrero de un edecán disfrazado de fiscal para allanar la casa de Trinidad Becerra en los días de la desesperación por la búsqueda de videos incriminatorios. Desde la premiación, el ascenso y la amnistía a los asesinos del Grupo Colina hasta la implicación del gobierno de la nación en el tráfico de fusiles a las FARC (la llamada Operación Siberia).
Eso, es lo que el pueblo peruano puede "reivindicar" este 5 de junio si le entrega al fujimorismo irreductible, en bandeja de plata, el Ejecutivo. 
Con PPK, de ganar, tendremos un gobierno de derecha. Pero eso es algo en lo que ya somos expertos: de derecha han sido también Toledo, García y Humala. Y, sin embargo, con ninguno de ellos, a pesar de mil miserias, hemos sentido que estaban en riesgo los cánones de la democracia. PPK nos recordará a Manuel Prado y al Belaunde de Manuel Ulloa. Será un episodio. Con Keiko Fujimori no podemos saber qué novela negra tendremos que leer. PPK es predecible. Keiko es la hija ilesa y fiel -más allá de las apariencias electorales- de quien convirtió al Perú en una mierda. Con lagunas y retrocesos, hemos avanzado en estos años en la construcción de una legalidad que mucho le debe a la autocrítica nacional y a la presión internacional. Ese avance civilizatorio corre el riesgo de perderse si le damos todo el poder a los soviets mafiosos del fujimorismo.

Aquí estamos
César Hildebrandt 
Aquí no hay lloriqueos. Aquí tenemos un deber y seguimos empeñados en cumplirlo.
¿Qué pensó Fidel Ramírez, el tío y socio de Joaquín Ramírez? ¿Que porque nos avisaba un lunes por la noche que ya no iba a imprimirnos nos iba a dejar en la cuneta?
Si lo pensó, se equivocó. Aquí estamos, con el espíritu de siempre y con más ganas que nunca de contribuir, modestamente, que el Perú sea un mejor país.
El  periodismo está detrás de todos los destapes que  producen el desespero del poder. Esta revista intenta participar en esa tarea. Y a veces, acertamos.
Sabíamos que el reportaje de la semana pasada, sobre las propiedades no declaradas de Joaquín Ramírez podía traer cola. Y las trajo. Fue la cola típicamente fujimorista: rencorosa, retorcida, trapera.
Lo importante fue decir que el secretario general de Fuerza Popular se había comprado, por lo bajo, dos departamentos en Miami por un valor que sobrepasaba los dos millones y medio de dólares. Digo por lo bajo porque lo había hecho empleando el nombre de una empresa de su invención.
Horas después de la publicación, Joaquín Ramírez salió a decir que, en efecto, las propiedades eran suyas y que no las había declarado porque no lo había considerado necesario. Keiko Fujimori, la sucesora, dijo a su vez que Ramírez no tenía por qué declarar nada porque él no había postulado a la reelección congresal. Y enseguida Ramirez aconsejado por un abogado de Azángaro, sostuvo que por tratarse de que la compra había sido realizada por una empresa la obligación de poner esos bienes en la declaración jurada no lo alcanzaba como persona natural. Absolutamente falso. Esa empresa es parte de su ingente (e investigadísimo) patrimonio. Y tan lo es, que a través de ella Ramírez obtuvo un millón de dólares de un banco en Miami bajo el formato de una hipoteca. Ramírez es quien presta una de sus casas a Fuerza Popular para que esta agrupación la use como cuartel general de campaña. Ramírez es uno de los financistas clave de Keiko Fujimori. Ramirez, sin embargo, tiene muchas de sus empresas en rojo. Y es por eso que la procuradora de lavado de activos anda intrigada con este excobrador de combis que hoy maneja una enmarañada fortuna que tiende a la invisibilidad.
¿Qué ha hecho Keiko Fujimori en estos días? Blindar a Ramírez, jugarse por él. No tiene otra salida y algún día —quizá pronto—descubriremos las razones de esa metálica lealtad.
El lunes por la noche el gerente general de la imprenta del señor Fidel Ramírez, tío y socio de Joaquín, llamó a decirnos que entraban en mantenimiento indefinido y que ya no nos podían ofrecer sus puntualmente pagados servicios. Había un cierto temblor en la voz de Willy Effio, un hombre modesto que parecía estar cumpliendo un encargo de lo más desagradable.
Después supimos que Effio figura como avalista de un préstamo bancario de cuatro millones de soles obtenido por Ediciones e Impresiones Andina SAC. ¿De dónde? Otro misterio que la procuraduría respectiva quizá esté investigando.
En resumen, aquí estamos. Como siempre. Como piedra en una sayonara.

Difícil combatir a un adversario que se admira
César Hildebrandt 
Todo indica, a estas alturas, que Keiko Fujimori puede ganar las elecciones del 5 de junio al haber revertido las tendencias asomadas luego de la primera vuelta.
No sé si será correcto decir que la heredera de la infección fujimorista será la ganadora, o si será más acertado afirmar que PPK será el que las pierda. Cada desacierto del candidato ha sido un trasvase de votos para ella. Qué pocas ganas ha tenido el líder de Peruanos por el Kambio. Qué poco punche le ha puesto a todo. Qué impotente se le ha visto a veces. Sólo le faltaba una camiseta celeste para parecerse al Manchester City, feliz de haber "llegado" a la semifinal. Sólo le faltaba una ventanilla para ser uno de los señores que, reclamarán el 95,5% de su CTS. Qué fraude su candidatura. Me hizo recordar a las poquísimas ganas que tenía Vargas Llosa de lidiar con el ballotage de 1990.
Me pregunto si lo que pasa, en el fondo, es que PPK sigue siendo un fujimorista de corazón y entraña.
Si ese fuera el caso, ¿cómo ganarle a alguien por quien diste hurras hace cinco años? ¿Cómo enfrentar a una persona que consideras tu par, tu igual, tu adversario fraterno y casi tu álter ego? ¿Cómo ponerle pasión beligerante a una contienda que te enfrenta a quien admiras? ¿Cómo puedes hablar mal del fujimorismo si siempre creíste, como lo gritaste en 2011, que Alberto Fujimori fue un gran presidente?
Tal como lo sostiene una informada nota de este semanario, PPK, de gobernar, llamaría a José Chlimper al gabinete. Sí, al mismo sinvergüenza que, desde el ministerio de Agricultura, impulsó la ley que protegía a la agro exportación, en general, y a su empresa agroexportadora, en particular.  El mismo que acapara el agua en Ica. El mismo que llamó "malnacidos" a los portuarios chalacos en huelga, a los que amenazó con balear si continuaban con su medida de lucha. Si PPK puede llamar a Chlimper a su hipotético gabinete, ¿qué lo diferencia de Keiko Fujimori? El candidato de Peruanos por el Kambio no ha entendido lo esencial: la diferencia con la vasta pandilla del fujimorismo tenía que ser ética. Pero una batalla de valores como esta sólo se libra si uno cree firmemente en que el conservadurismo no requiere de patas de cabra ni de grupos Colina ni de un poder judicial sodomizado. Sólo se libra si uno está convencido de que la derecha en el Perú puede volver a ser la de Manuel Pardo: una decente, que no considere el Estado un botín y a la ciudadanía una estadística.
¿Cree PPK en una derecha misionera que demuestre que el conservadurismo no es necesariamente reunión de voraces ni junta de chacales? No lo parece. La proximidad ideológica y emocional con el fujimorismo lo ha convertido hasta ahora, en subordinado de su contendora. Y allí esta PPK garabateando  pases de baile en un programa que inventaron los Crousillat para que no se hablara de Tiwinza.
Esta farsa en que se ha convertido la segunda vuelta enfrenta a una derecha autoritaria que se maquilla de democrática y a una derecha camaleónica que en 1992 apostó por el golpe y delegó en un delincuente la "reorganización" del país. Es un juego de espejos. De ese pacto infame de 1992 salieron los trabajadores sin derechos, el Estado arrinconado, la venta mayorista de los recursos públicos, el crimen y la corrupción. De allí salieron el nuevo contrato social de una Constitución sostenida por los tanques de Hermoza Ríos y la maraña criminal que terminó con la renuncia desde Tokio del jefe de la banda.
Todo eso es lo que, al parecer y según los encuestólogos, va a ser reivindicado el 5 de junio. Para vergüenza de los peruanos de bien. Y para que el fujimorismo inmutable vuelva a hacer de las suyas.

Dos hombres importantes
César Hildebrandt 
Hemos dicho que el fujimorismo es una pétrea condensación de populismo, vocación por la corrupción y tendencia a la concentración del poder. Esa es su personalidad histórica, el carácter de su linaje partidista. Si a eso añadimos el mesianismo clanesco que también lo identifica, tendremos, reunidas, las razones por las cuales el fujimorismo despierta tanto temor entre tantos peruanos.
Lo que esto quiere decir es que Vladimiro Montesinos no fue un accidente y menos aún una anécdota trivial. Cuando el traficante de terrenos y vendedor en negro de inmuebles Alberto Fujimori conoció a Montesinos, no se trató de un encuentro casual. Eso sucedió cuando Francisco Loayza, el sociólogo que asesoró a Fujimori en los orígenes de la campaña electoral de los 90, escuchó al candidato hablar de sus problemas tributarios y de la campaña que quien escribe estas líneas estaba haciendo al respecto en la TV. Loayza cuenta que fue entonces que le recomendó, a Fujimori conocer a Montesinos. "Era el abogado perfecto para la ocasión", me contó Loayza que le dijo a Fujimori. Y, en efecto, era el abogado perfecto. Los expedientes tributarios desaparecieron, como se esfumaron igualmente, esta vez de la sede del Palacio de Justicia, miles de folios vinculados a procesos en marcha en los días posteriores al 5 de abril de 1992.
Después de esa hazaña abogadil, Montesinos se convirtió en imprescindible para Fujimori (y Loayza fue alejado de ese entorno por las intrigas de Montesinos, algo que Loayza deberá siempre agradecerle). El enlace mafioso se había creado. La imaginación criminal de Montesinos y la patológica carencia de escrúpulos de Fujimori se juntarían muchas veces después para crear verdaderas aberraciones fundadas en el uso del dinero público: las comisiones por la compra de armas tras una guerra perdida por falta de ellas, la adquisición solapada de medios de comunicación, el financiamiento de grupos de Inteligencia encargados de mantener el terror, la invención de congresistas oficialistas previo pago de dinero, el espionaje electrónico de la oposición, la inmunda remuneración paralela que muchos jueces suplentes recibían por sus fallos prevaricadores, el tráfico de drogas usando el avión oficial de la Presidencia, los "premios" a la Fiscalía de la Nación ensuciada por gente como Colán o Aljovín (y un kilométrico etcétera que excede los propósitos de esta columna).
No es que Montesinos fuera un gobierno en la sombra. Era el instrumento directo de Fujimori en la construcción de un escenario ajeno a las leyes y enemigo de toda restricción moral. Por eso es que el gobierno de Fujimori terminó como lo hizo: en medio del escándalo y de la sordidez. Si Montesinos hubiese sido un intruso indeseable, Fujimori lo habría expulsado desde que Demetrio Chávez Peñaherrera, alias Vaticano, lo denunció por cobrarle 50,000 dólares por cada aterrizaje en el Huallaga. Y eso fue en 1996. Y no olvidemos esto: aun después de que se supiera oficialmente que Montesinos  era un forajido, Fujimori lo premió con una indemnización de 15 millones de dólares sacados del tesoro público, suma que luego restituyó con dinero distinto que parecía proceder de sus propios recursos (testimonio de su procurador de entonces, José Ugaz).
Recuerdo todo esto porque su semejanza con el caso de Joaquín Ramírez y Keiko Fujimori resulta inocultable. Si al señor Juan José Díaz Dios lo apartaron del protagonismo partidario por una denuncia de violencia familiar, ¿cómo se explica que a Joaquín Ramírez se le mantenga en la secretaría general de un partido que jura no tener nada que ver con el fujimorismo ancestral del reo de la Diroes? Y no hablo del incompleto reportaje de Cuarto Poder solamente. Hablo de la investigación que desde 2014 ha abierto la Fiscalía en contra de Joaquín Ramirez y su familia. Hablo de las conclusiones de la comisión congresal que toca su caso con especial énfasis. Hablo del seguimiento que sobre sus abundantes bienes inmuebles  y negocios está haciendo la Procuraduría Especializada en Lavado de Activos. Hablo de las fundadas sospechas de que el club UTC de Cajamarca ha servido como plataforma para una operación de desvío de fondos de muy dudosa procedencia. Hablo de los dos departamentos que, usando una empresa ad hoc de su creación para encubrirse, compró en Miami, por más de dos y medio millones de dólares, Joaquín Ramírez.
¿Qué ata a Keiko Fujimori con Joaquín Ramírez? ¿Es el dinero prestado, el donado, el obtenido, el futurible? ¿Son los locales que le presta al partido sin exigir contraprestación alguna? ¿Es todo lo que sabe? ¿Hemos pasado del abogado perfecto al emprendedor insustituible? Montesinos no fue una anécdota. Fue el hombre clave de una organización criminal que tenía tanques, aviones y agentes del SIN con qué defenderse. Ramírez puede ser el hombre más importante del segundo fujimorismo. Y que haya "pedido licencia" mientras duren las investigaciones es otro capítulo de la farsa.

 Quererse poco para votar por Keiko
César Hildebrandt 
Qué poco debemos querernos los peruanos. ¿Cuándo fue que la dignidad huyó de muchos de estos parajes?
¿Cómo empezó esta neblina en la que todo parece borroso y da lo mismo ser ladrón que honrado?
Quizá empezó en nuestra interrumpida teocracia inca, cuando los españoles nos impusieron la pólvora y la biblia después de estimular las diferencias que latían en un imperio pegado con babas. ¿Fue esa humillación ancestral tan importante? ¿Venimos de aquel Atahualpa que creyó que sus verdugos eran confiables? ¿Siempre tendremos algo de Atahualpa?
Más tarde tuvimos que pagar el costo de ser uno de los centros engreídos por la corona española. Por eso es que nos tuvieron que independizar extranjeros, a pesar de dos grandes gestos de rebeldía precursora: el de Túpac Amaru II y de Francisco de Zela. "País de oro y esclavos" nos llamó Bólívar. Antes san Martín nos había abandonado horrorizado por nuestra  incapacidad para reunirnos.
Fuimos grandes el 2 de mayo de 1866 y repulsivamente ínfimos en 1879, con las robustas excepciones de Grau, Bolognesi y Cáceres. Pero mientras Cáceres combatía en la sierra, un cajamarquino traidor se aliaba con Chile para matar al líder guerrillero y firmar un tratado que mutilaba al Perú. Y a ese sujeto lo defendían cientos de miles de peruanos con vocación roedora. Y a Piérola, el más nefasto de los payasos, ¡cuánto lo quisieron! Lo quisieron tanto que lo reeligieron presidente. En el Perú la infamia suele ser recompensada.
Lo demás es mugre contemporánea. Impedimos que el Apra llegara al poder cuando el Apra podía cambiar el país. Aceptamos al Apra cuando se perfilaba como lo que llegaría a ser: una organización cleptocrática. La ablandamos hasta que fue lo que queríamos: algo que Manuel Prado, el hijo del fugitivo Mariano Ignacio, podía aceptar como partner. Le hicimos la vida imposible a Fernando Belaunde en los 6o hasta que llegaron los militares que hicieron lo que el reformismo civil no pudo realizar. Y luego nos dedicamos sólo a combatir los excesos del militarismo naserista sin reconocer que algunas de las medidas que tomó eran imprescindibles.
Y entonces llegó el segundo belaundismo, cansado y tenue, y fue el triunfo de la restauración. Después vino el primer alanismo con aires de redención social en el discurso y de patrimonialización del Estado en los hechos. Fue una mezcla de Getulio Vargas con Carlos Langberg.
Y entonces llegó lo más puro del mal, la esencia más refinada de la hipocresía. No necesito recordar qué fue el fujimorismo. Lo que sí puedo decir en estas circunstancias es que aquellos eran los tiempos en que Víctor Joy Way, Gilberto Siura y Daniel Espichán fueron importantes voceros del gobierno. Fue el triunfo de la feroz vulgaridad. Fue como si el sueño de alias Tatán se hubiese cumplido. Fue el ripio acumulado de tantos años de republiqueta. Fue la cima de lo peor.
Con el fujimorismo no quedó institución en pie. Un Godzilla que parecía venir de la república apócrifa de Manchukúo se paseó por el Perú barriendo todo lo que habíamos erguido como sustento del estado de derecho y la civilización. Fue el fracaso convertido en monstruosidad. Y ahora estamos a punto de reivindicar a quienes quisieron matar nuestra alma ciudadana y robaron todo lo que pudieron de las arcas públicas. Estamos a punto de agradecerle a Alberto Fujimori habernos demolido como país con sus universidades de pacotilla, el caos urbano, la venta malbarateada de las empresas públicas, la vocación criminal en sus más vastas expresiones, la corrupción convertida en norma, la cobardía exhibida como virtud, la supresión de los derechos laborales, la prensa chicha, la trata de congresistas, el lupanar del Poder Judicial regido desde el SIN, la violencia como método para solucionar conflictos.
Estamos a punto de redimir a Beto Kouri y de decirle a Vladimiro Montesinos que hizo bien cuando picaba el bolso del erario para entregarle dinero en efectivo a la estudiante universitaria Keiko Fujimori. Estamos a punto de la coprofagia. Qué poco debemos querernos.


Suicidios
César Hildebrandt  
La niña sube hasta lo alto, siente el cielo próximo, próximo el infierno, y salta.
¿Cree que se hará el milagro y que podrá volar? ¿Cree que podrá mirar a la gente y a las cosas desde la altura, desde aquella altura de la que la extrajeron unos padres desatentos, una vida dura, unas tristezas que parecían caer como cenizas?
¿O no cree que va a volar y salta para caer, para hacerse pedazos contra el cemento de la ciudad?
Preguntas idiotas. Está claro que la niña salta para desaparecer, para borrarse, para matar lo que la daña, para deshacerse de la memoria que la lacera. Tiene 17 años y ha decidido despreciar el futuro. ¿Qué tiene que haberle pasado a los 17, la edad de la canción de Violeta Parra, el tiempo en que todo parece prometer y darnos la bienvenida, qué tiene que haberle pasado a esta niña para que renuncie a la aventura y a los descubrimientos? ¿Qué oscuridad la ha detenido en el puerto antes de partir?
Tiene que habérsele roto el mundo, tiene que ha habérsele caído el sol, tienen que haberse callado los pájaros de todos los vecindarios para que ella decida, a los 17, que esta vida es tan absurda que no vale la pena recorrerla.
La imagino y me espanto. Más que su muerte atroz, me espantan los prolegómenos. Su decisión forjada en la ira, templada en la congoja, la elección del lugar, los detalles de su ceremonia, las escaleras últimas, el muro de la contemplación final, aquello que parecía recitar pero que nadie oía, la poderosa tentación de desistir, el miedo, la decisión, el salto, los brevísimos segundos entre el salto y la caída.
Una niña de 17 años se ha suicidado. ¿Debería sorprendernos tanto? ¿No es cierto acaso que hemos creado un mundo donde todo lo sucio parece imperar? ¿Por qué, entonces, no irse a los 17? ¿Por qué tener que esperar a cumplir, uno por uno, todos los ciclos del aburrimiento? 
En todo caso, si nos sorprende que una niña de 17 decida matarse, cuánto más debería sorprendernos que un país quiera hacer lo mismo
El Perú republicano tiene 195 años y está cerca, muy cerca, de cometer suicidio. No será uno físico, con azoteas de por medio, sino uno simbólico y moral. Porque reivindicar al régimen que más daño nos hizo y elegir a uno, filial y testamentario, que hará lo mismo y que tiene a Joaquín Ramírez y a José Chlimper como nuevas expresiones de su ADN irreductible, ¿qué significa? No significa, desde luego, apostar por la vida.
Hay países que se suicidan. Elegir el crimen organizado como alternativa de gobierno es una manera de dinamitar lo poco de institucionalidad que nos queda. Es huir de la normalidad jurídica, de la paz, de los fueros democráticos, de algunos preceptos básicos de la convivencia. Es, otra vez, la tribu y sus crueldades.
Lo de este domingo no son sólo elecciones presidenciales. Es la pelea con-tra el abismo que, a lo largo de la historia, nos ha seducido tantas veces. Lo de este domingo es vencer a Tánatos, es decirle NO a todos los atajos men-tirosos que la hija del reo nos ofrece. Y sí, votar por PPK es un deber. Un deber, felizmente y para evitar confusiones promiscuas, no habrán de cumplir ni Carlos Tapia ni Hugo Neira.


Triunfo del Perú
César Hildebrandt   
Quien ganó las elecciones fue el sistema inmunológico del país.
Hemos resistido, con las justas, el nuevo embate.
Vendrán otros. La mitad del organismo peruano está colonizado por la organización que nos convirtió en una republiqueta cuyo presidente renunció desde Tokio cuando la criminalidad de sus actos quedó al descubierto.
El fujimorismo no es, estrictamente hablando, un partido político. Esa es la máscara y la coartada. El fujimorismo es, antes que nada, una estructura dinástica, una familia mafiosa, una vasta telaraña de intereses cuyo fin es secuestrar otra vez al Estado.
Mil veces nos dijeron que el fujimorismo había cambiado y mil veces sostuvimos que no era posible creer en esa conversión. El fujimorismo está condenado a parecerse a sí mismo. En sus raíces, en sus éxitos escabrosos, en su pasado "triunfal", está la apuesta por la violencia, por el delito, por lo marginal.
Pudieron haber arreglado la economía sin necesidad de rematar el país a pedazos y quedarse con un buen trozo de las privatizaciones. Pero no lo hicieron. Pudieron derrotar al terrorismo sin necesidad de crear escuadrones de la muerte. Pero no lo hicieron.
Pudieron fortalecer las instituciones pero prefirieron cerrar el Congreso, envilecer a las Fuerzas Armadas, roer al Poder Judicial, jaquear al Tribunal Constitucional, llenar de gentuza el Congreso.
Pudieron crear empleos dignos y establecer un contrato social menos inequitativo, pero prefirieron arrasar con los derechos laborales.
Pudieron tener el apoyo entusiasta de los medios de prensa, dispuestos a comprenderlos y a seguirlos, pero optaron por crear una prensa inmunda pagada con dineros negros del presupuesto de Defensa.
En resumen, tuvieron la oportunidad de cambiar el país para bien, pero lo que hicieron fue infectarlo.
Esta vocación por el fango no ha acabado. Quienes creyeron en eso tuvieron que comerse sus palabras cuando vieron lo que pasaba con Joaquín Ramírez y José Chlimper. Y cuando escucharon a Keiko Fujimori decir qué no había pruebas de los delitos de su padre. Y cuando la vieron, desatada y sin máscaras, decir mentira tras mentira en los debates con PPK y ofrecer, irresponsablemente, lo que sus asesores le habían sugerido para hipnotizar a los incautos.
La señora hablaba como su padre, pro-metía como su padre, embarraba como su padre. ¡Una escena filial! Keiko Fujimori sufre ahora porque las contrariedades de la campaña la empujaron a sacar lo peor de sí misma: defender a Ramírez, avalar a Chlimper, calumniar a Vizcarra y activar a un ejército de auténticos hampones de las redes sociales para destruir adversarios con las armas más sucias. Si Spadaro podía ser tan repelente cuando era necesario persuadir, ¿qué cosas no haría con el Ejecutivo tomado? Si Lourdes Alcorta podía ser tan retorcida, qué se atrevería cuando coparan el poder? iLas caras nuevas decían lo que las viejas, ocultadas piadosamente, habían dicho siempre!
Todo eso despertó al Perú. Y en cinco días, perdiendo un punto cada 24 horas, la señora Fujimori vio el domingo 5 cómo se esfumaba lo que consideraba seguro. Por segunda vez un NO antibiótico le impidió ocupar el sillón que su padre había deshonrado.
La prensa fujimorista, sus llorosos agentes, dicen ahora que es imprescindible que PPK pida disculpas y que acepte algunas condiciones que la derrotada le plantee. Un humorista involuntario ha sugerido que PPK nombre a Martha Chávez jefa de la entidad que fiscaliza a las ONG.
Desde esta modesta tribuna nos permitimos sugerirle al flamante presidente electo del Perú que, en materia de concertación, ande con pies de plomo.
Al fin y al cabo, PPK ha recibido un mandato que supone un deslinde tajante con los testaferros de Alberto Fujimori. Y las informaciones que manejamos en estos momentos nos llevan a pensar que el fujimorismo, más hidrófobo que nunca, lo que quiere es hacerle la vida imposible al nuevo gobierno. Algunos de sus voceros lo están diciendo en voz baja (por ahora): "Nos faltan 7 votos para poder declarar la vacancia del presidente".
Frente a las provocaciones, serenidad, mano firme y una convocatoria a esa mitad del Perú que decidió librarnos de la pesadilla. Nada sería más, dañino para PPK que aislarse en Palacio rodeado de consejeros y darle la espalda a la gente que le permitió ganar. Las calles también hablan.
Y si se trata de compromisos pro gobernabilidad, que sean escritos. El fujimorismo no sabe jugar limpio (allí están Spadaro y Alcorta tratando de insinuar que "las irregularidades" decidieron el triunfo del oponente) y no quiere cambiar. Desde su maquinaria congresal intentará extorsionar, bloquear, boicotear. Quisiera repetir la faena que el Apra podrida de 1963, aliada del odriísmo, realizó con Belaunde Terry. Que PPK recuerde las lecciones de ese episodio que nos llevó al golpe de estado de Velasco.
Crucial será nombrar a una personalidad de magnitud nacional en la Presidencia del Consejo de Ministros. Y a un gabinete tecnocrático que empiece a trabajar desde el primer día en la reactivación de la economía y en el cumplimiento de los programas sociales prometidos.
Factor clave será también atender al sur chúcaro que fue decisivo en el resultado final. Es hora de atenderlo. Los ultraliberales quieren un Estado enano y, si es posible, castrado. La paradoja es que el país exige un Estado presente y crecido que cumpla su rol tuitivo.
Haría muy mal la izquierda si pretende que PPK cumpla con el programa del Frente Amplio, honroso perdedor de la primera vuelta. Haría mal si plantea, desde el comienzo, una política de confrontación callejera que arrincone al gobierno. Eso es lo que espera el fujimorismo: que la heterogeneidad de quienes votaron por PPK termine devorando al gobierno. En todo caso, el Perú se ha salvado. Nuestra panfletaria portada fue profética. ¡Aleluya!


Otra Argentina
Mario Vargas Llosa
¿Ha terminado por fin para Argentina el tiempo de los desvaríos populistas y el hechizo suicida que ejerció sobre el gobierno de los Kirchner el “socialismo del siglo XXI” de Chávez y Maduro? Después de pasar una semana en este país me alegra decir que sí, que en los pocos meses que está en el poder Mauricio Macri ha llevado a cabo reformas valientes y radicales para desmontar la maquinaria intervencionista y demagógica que estaba arruinando a una de las naciones más ricas del mundo, aislándola y empujándola hacia el abismo.
No es necesario recurrir a sondeos y estadísticas para demostrarlo: el cambio está en el aire que se respira, en la manera de hablar de la gente sobre el momento actual, el alivio y el optimismo con que a la mayor parte de conocidos y desconocidos les oigo comentar la actualidad política. Es verdad que la oposición peronista –aunque tal vez sería mejor decir kirchnerista, pues el peronismo, conformado por un abanico de tendencias, no es unívoco en su oposición sino diverso y matizado– no ha dado al nuevo Gobierno un período de gracia, y ha comenzado a atacarlo sin piedad y a tratar de sabotear el sinceramiento de la economía –la cancelación de los subsidios que la asfixiaban– y a oponerse a las reformas. Pero los beneficios están ya a la vista y son inequívocos. Argentina, desde su acuerdo con los detentadores de los llamados “fondos buitres”  ha recuperado el crédito internacional y la desaparición del “cepo” ha devuelto a su moneda una estabilidad de la que no gozaba hacía tempo. La visita del presidente Obama, que significó un importante aval a la nueva Argentina, ha abierto un desfile de visitantes de valía, políticos y económicos, que vienen a explorar la posibilidad de invertir en una tierra pródiga en recursos a la que las políticas autistas y nacionalistas de la señora Cristina Kirchner estaban llevando a una ruinosa autarquía. Y en política internacional el Gobierno de Macri ha dado un vuelco integral a la del régimen anterior,  manifestando su vocación democrática, criticando la violación de la legalidad y de los derechos humanos en Venezuela y pidiendo que el régimen de Maduro abra un diálogo con la oposición a fin de asegurar una transición pacífica que ponga fin a la lenta desintegración de un país al que el estatismo y el colectivismo han llevado al hambre y al caos.
Qué diferente es prender la televisión y, en vez de los lugares comunes y los eslóganes tercermundistas que hacían las veces de ideas en los discursos de la señora Kirchner, escuchar al presidente Macri, en conferencia de prensa, explicando con claridad, sencillez y franqueza que desembalsar una economía paralizada por el constructivismo demagógico tiene un alto precio que no hay manera de evitar y que, sin ese saneamiento que es volver de la quimera  a la realidad, Argentina nunca saldría del pozo en que la sumió una ideología fracasada en todos los países que la aplicaron. Le oí explicar también, de manera absolutamente persuasiva, por qué la mal llamada ley antidespidos que acaba de hacer aprobar la oposición en el Senado, sólo servirá para dificultar la generación de nuevos empleos al desalentar a las empresas a extender sus servicios y contratar más personal. En todas las intervenciones públicas, y en conversaciones privadas, que le escuché esta semana, el nuevo jefe de Gobierno argentino me pareció desprovisto de la arrogancia que suele acompañar al poder,  de la retórica insustancial de tantos políticos, empeñado en tender puentes y en convencer a sus compatriotas de que los sacrificios que cuesta acabar con el nefasto populismo son el único camino por el que Argentina puede recuperar la prosperidad y la modernidad de que ya gozó en el pasado.
Y desde luego que hay razones para creerle. Argentina es un país muy rico en recursos naturales y humanos; el sistema educativo ejemplar que tuvo en el pasado, aunque se haya deteriorado con las malas políticas de los gobiernos precedentes, todavía produce ciudadanos mejor formados que el promedio latinoamericano –tal vez ningún otro país de la región ha exportado más técnicos de alto nivel al resto del mundo– y no hay duda de que, con las reformas en marcha, las inversiones extranjeras, retraídas todos estos años, volverán en gran número a una tierra tan pródiga, creando los empleos que hacen falta y elevando los niveles de vida y las oportunidades para los argentinos.
Hay un aspecto que quisiera destacar entre los cambios que vive la Argentina. Con la libertad de expresión, que sufrió tantas averías durante los gobiernos de los Kirchner, la corrupción que al amparo de ese Estado que Octavio Paz llamó el “ogro filantrópico” proliferó de manera cancerosa, ahora sale a la luz y, en estos días precisamente, la prensa da noticias estremecedoras de las sumas de vértigo que los testaferros de los antiguos mandatarios acumularon, monopolizando las obras públicas de regiones enteras y saqueando sus presupuestos de manera impúdica convirtiendo   en multimillonarios a aquellos dueños del poder que se jactaban de ser revolucionarios antiimperialistas y jurados enemigos del capitalismo. Dudo mucho que haya un solo capitalista en el mundo que haya amasado una fortuna tan prodigiosa como Lázaro Baez, testaferro por lo visto de Néstor Kirchner y ahora en la cárcel, antiguo cajero de un banco de Santa Cruz, que un puñado de años después tenía cerca de cuatrocientas propiedades rurales y urbanas y cerca de un centenar de automóviles en su país y compraba departamentos y casas en Miami por más de cien millones de dólares.
Que Argentina tenga éxito en las pacíficas reformas democráticas y liberales que está llevando a cabo tiene una importancia que trasciende sus fronteras. América Latina puede aprender mucho de este país que, luego de casi tocar fondo por culpa de la ideología colectivista y estatista que estuvo a punto de arruinarlo, se levanta de sus propias cenizas con los votos de sus ciudadanos y tiene el coraje de desandar el camino equivocado. Y emprende uno nuevo, el de los países que gracias a la libertad –la única verdadera, es decir, la que abarca la política, la economía, la cultura, el ámbito social,  cultural y personal– han alcanzado los mejores niveles de vida de este tiempo, los que han reducido más la violencia en las relaciones humanas y los que han creado la mayor igualdad de oportunidades para que sus ciudadanos puedan materializar sus aspiraciones y sus sueños.
Aunque, a veces de manera confusa, creo que éste es ahora un ideal que ha ido echando raíces en los países latinoamericanos, donde los antiguos modelos que se disputaban el favor de las gentes –las dictaduras militares y las revoluciones armadas socialistas– han perdido prestigio y actualidad y sólo valen para minorías insignificantes. Por eso es que, con las excepciones de Cuba y Venezuela, en toda la región hay ahora democracias, aunque algunas sean muy imperfectas y amenazadas por la corrupción. Argentina puede ser el ejemplo a seguir para renovarlas,  purificarlas y ponerlas al día, de modo que se integren al mundo y aprovechen las grandes posibilidades que éste ofrece a los países que hacen suya la cultura de la libertad.