Mariana Ciriani Moccetti
Un curita Agustino, admirable, bonachón y a la sazón honrado por su temple, con la Cruz de Hierro del imperio Austro-Húngaro, acuciosamente regaba sus frijoles experimentales en el jardín del monasterio de Königskloster de Brunn, Austria, allá por el año de 1856, sin percatarse que luego de 40 años por sus aciertos sería reconocido como el padre de la genética, era Gregor Johann Mendel, descubridor de las Leyes de la Genética, a secas Leyes de Mendel o de la herencia.
En este crisol de sabiduría, con modestia aprendí lo mucho o poco que sé de esta ciencia, apantallado desde un comienzo por la eficiencia de mis maestros genetistas de nota de La Molina fundacional, que les rindo reverente pleitesía: Ingenieros Luis Vega Bancalari, Teodoro Boza Barducci, y Alexander Grobman Tversqui, aunado a los esfuerzos del catedrático de la Universidad Rural de Rio de Janeiro, Kar Grossman, fitotecnista y curiosamente erudito en la genética humana, que siempre me pregunté secretamente si no sería un refugiado del Kaiser o del führer o discípulo de Goebbels o del doctor Mengele, de cualquier manera hicimos migas y mucho, pero mucho ejercicio físico... Caminatas de hasta de ¡40 kilómetros! hasta Laranjeiras, capital de las naranjas del "reino donde no se pone el sol". Brasil, de lejos, es el mayor productor de "laranjas do mundo"... ¡y no podía ser de otra manera!
Así tiene razón de ser el pasado que se vuelve presente y nos hace recordar con melancolía pero con entereza viejos triunfos, como los del "León de Arica" plebiscitaria, mi padre Ernesto Ciriani que en 1929 fue primer puesto en salto largo, sacando roncha a la "mazorca chilena" de aquel entonces. Así también tengo que recordar a mi querido tío Antuco, el Coronel Aviador, Antonio Ciriani, padre de Tito y abuelo de Renzo, atleta y basquetbolista en equipo auroral con el Héroe Quiñones.
Antonio Ciriani y Abelardo Quiñones
Mucho más modestamente en mi generación, hago memoria también de nuestro compañero Atilio Gavillo, Champagnat primarioso con que nos disputábamos codiciada prueba de 100 metros con la marca nada despreciable de 12.3 segundos en torneos interescolares, donde conocí a nada menos que a Fernando Acevedo de la G.U.E. Ricardo Palma, nuestro campeón nacional indiscutible hasta ahora de los clásicos 100 metros con su marca de 10.20 segundos cronometrados de forma manual en 1976, inamovible desde hace 39 años. Hay que esperar ahora, que los controles son electrónicos, que Andy Martínez supere los 10.30 logrados en los Juegos Iberoamericanos de Sao Paulo, para bien de todos, y estar en el concierto de las marcas mundiales, pues los 9.8 segundos de Usain Bolt debe ser la meta.
Pero, ¿y la genética? De momento la dejaremos en el aula para otro día, baste decir que es de aplicación la Tercera ley de Mendel, la de la disgregación de los caracteres en tercera generación en adelante, que la velocidad es un gen dominante, y que ahora que ya existe el mapa completo del genoma humano, con las herramientas de la ingeniería genética alcanzar la velocidad de la gacela ya no es un mito, sino una próxima realidad.
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